miércoles, 3 de febrero de 2010

"arquitecto de confusiones impecables"

P e D r o F R I E D E b E R g


Presentación

Pedro Friedeberg cultiva la ironía. Establece una distancia elegante con la memoria y el conocimiento y toma apuntes sobre esoterismos; cábalas y tarots, códigos de navegación y signos de alquimia. Estudia las sabidurías populares y hace nuevos paradigmas filosóficos en los que incluye a Nietzsche y Spinoza.

Friedeberg se siente en familia entre poetas ingleses, tratados de anatomía escritos en la India, y enciclopedias de arquitectura barroca y con toda clase de manjares que apelan a su alma de coleccionista y clasificador, a su gusto por las bizarrías de la mente, las manías intelectuales, los inventores de ficciones y los escenarios poco comunes.
Cuando intenté leer, con ingenuidad, todo lo que dicen los cuadros de Friedeberg me di cuenta que lo que hay que observar en realidad es el espejismo o juego que propone el artista. Hace que el ojo del otro, desde las trampas de la erudición, mire la obra desde todos los planos. Este se descubrirá aguzando esos cristales circulares que nos permiten penetrar en el mundo de lo visible, estirando las cejas y el cuello como garza o cisne para poder mirar o pararse desde ángulos inclasificables.
Cada cuadro de Friedeberg es un proyecto sobre la naturaleza infinita de todas las cosas, llena el vacío del papel con una caligrafía pulcra y negra que avanza con la seducción de sus contenidos. Cuando aparecen las imágenes, palacios y relojes, sillas, maniquíes y serpientes, leones y mandriles en medio del vértigo de laberintos y arabescos hay un perfume de acertijos, barajas mágicas, saberes secretos, juegos, claves, códigos, inciensos, humos y aromas.

Se trata de un arte excéntrico porque está fuera de corrientes, movimientos o tendencias centrales y porque es fiel a sí mismo. Su incorporación de una narrativa simbólica en un contexto onírico señala afinidades con la práctica de la pintura surrealista, pero ocurren muchas cosas mas. La poesía concreta, acercamientos, que Friedeberg practica hace mucho tiempo, a la arquitectura posmoderna que se manifiestan como el injertar un orden clásico sin obligarse a la congruencia del resto de la estructura, o el arte óptico que enfatiza el dibujo y el ritmo de geometrías que aspiran a conformar la compleja composición de la visión.

Abunda en temas tan diversos como teología y perfumería, floricultura e historia del mueble. Su personaje es un ser de múltiples gustos y caprichos, lector de Shopenhauer, amante de la música de iglesia y anfitrión de comidas color de rosa. Decorador y arquitecto transforma según el estado de ánimo, su casa en múltiples escenegrafías, como aquel largo cuadrángulo, biblioteca insólita, dividida en nichos que sirven como pedestales para la lectura, pintados de colores y en armonía con sus textos favoritos en francés o latín.

Es un arte circular el de Friedeberg, regido por los finos mecanismos de muchos oficios y sabidurías. Pasa por la sensibilidad visual del simbolismo y cierta poética del objeto hace también pensar en un inventor o experto relojero que disimula detrás de su disfraz de cebra que fuma en pipa y que vive ajustando la fina cuerda de su imaginación o los estímulos de una estética que se mece entre el juego y la crítica.

RITA EDER. MAYO, 1990.


Pero Pedro Friedeberg se define a sí mismo:
Yo nací en Italia durante la época de Mussolini, que hizo todos los trenes puntuales. Inmediatamente después, me mudé a México, donde los trenes no están nunca a tiempo, pero donde una vez que comiencen a moverse pasan por pirámides.

Mi educación fue confiada a una institutriz zapoteca y más tarde a mentores brillantes como Mathias Goeritz, quien me enseñó la moral, José González, quien me enseñó la carpintería, y Gerry Morris, quien me enseñó a jugar al bridge.

Yo he inventado varios estilos de arquitectura, así como una nueva religión y dos ensaladas. Me gustan especialmente los problemas sociales y formaciones de nubes. Mi trabajo es profundamente profunda.

Admiro a todo lo que es inútil, frívolo y caprichoso. Odio el funcionalismo, el modernismo de correos y casi todo lo demás. No estoy de acuerdo con el dicho de que las casas se supone que son "máquinas para vivir". Para mí, la casa y sus objetos son un lugar loco que te hacen reír.

Los estadounidenses no entienden a los mexicanos y viceversa. Para los estadounidenses los mexicanos son impuntuales, comen cosas raras y actuan como la antigua China. Cuando André Breton llegó a México dijo que era el país elegido del surrealismo. Breton vio todo tipo de cosas surrealistas pasar aquí todos los días. Los surrealistas están más en el ensueño, en el absurdo y en el ridículo de las cosas. Mi trabajo es siempre criticar el absurdo de las cosas. Yo soy un idealista. Estoy seguro de que muy pronto la humanidad llegará a una época maravillosa totalmente desprovista de sillas Knoll, pantalones jogging, tenis y gorras de béisbol uso de costado, y la obscenidad de los jardines de rock japonés cinco mil millas de Kioto.

Me levanto a la grieta del mediodía y, después de regar mis pirañas, al desayuno fuera de las cosas de Corinto. Más tarde en el día participo en un almuerzo iónico seguido de una siesta dórico. Los martes me esbozan una voluta o dos, y quizás un frontón, si me alcanza el estado de ánimo. Miércoles, me han reservado para la lucha contra la meditación. Los jueves por lo general relajarse mientras que el viernes me escribo mi autobiografía. "
www.pedrofriedeberg.com/
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Pedro Friedeberg nació en Italia de padres alemanes, y ha vivido en México desde que era un niño. Su obra se muestra en los principales museos de todo el mundo, en México, Estados Unidos, Europa y América del Sur y se mantiene en numerosas colecciones importantes






La silla de Roman Polansky

Marcado por el surrealismo, Pedro Friedeberg presenta su icono más emblemático: la Silla-mano, que en un principio proyectó como escultura, pero por su forma se le dio un uso de silla. Dado su impacto, tras mezclar lo lúdico, lo serio y lo “chiflado”, muchas personas empezaron a pedirle una copia de ese diseño.


Entre los famosos atraídos por esta propuesta estuvo el cineasta Roman Polansky, quien pagó por una copia de esa silla.

No obstante, para Friedeberg esa obra se volvió un cliché: “La detesto, me parece un poco fea y tonta; aunque al principio me gustó mucho, después de más de 40 años ya me cansó”.
James Oles, curador de la más reciente muestra del artista, aseguró que la pieza, realizada por el artista en 1961, no es poca cosa, pues “todo el mundo la identifica como uno de los diseños mexicanos más emblemáticos y reconocidos del orbe”.
Sin embargo, todo su trabajo es digno de maravillar a cualquiera, como lo logra el dibujo de una casa que le pintó a Ida Rodríguez Prampolini y a Mathias Goeritz y que les regaló cuando se casaron.


México. Leticia Sánchez. Milenio. Fragmento

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